Sunday, April 14, 2013

I know, it's only Rock 'n' Roll but I like it


Quizá es un poco tarde para comenzar esta suerte de colección de notas respecto a las cosas que se me ocurren al escuchar música. Hace algunos años, me propuse poner todos los álbumes que poseo atendiendo a la cronología de su publicación. Según yo, esto me permitiría dejar de escuchar siempre mis consentidos; desenterrar los que he olvidado; valorar los que he acumulado por recomendaciones o por pose y, al mismo tiempo, aprender algo sobre el desarrollo, la historia del Rock y entender el contexto, las influencias, el lugar de los músicos a los que amo.

Bien podría ver documentales o leer libros sobre el tema. Lo hago, pero no es tan divertido, ni tan iluminador. A veces siento como si me topara con verdades universales o revelaciones místicas. No me extraña. En la música me encuentro con mi verdadero pathos y, en términos generales, es a través de una canción que me descubro víctima del síndrome de Stendhal.

En este momento, ha dejado de sonar el último disco del año 1983 que tengo catalogado: Confusion Is Sex/Kill Your Idols de Sonic Youth. Empecé este proyecto con Cadillac Daddy de Howlin' Wolf (1952) y Cow Fingers and Mosquito Pie de Screamin' Jay Hawkins (1957). De ahí, brinqué a algunas compilaciones de Frank Sinatra, Dean Martin, Little Richard, Jerry Lee Lewis, Elvis Presley. Así que los orígenes me quedan más claros por otras fuentes. No mucho, debo confesar.

Disfruté después uno de los primeros álbumes deliberadamente grabados y producidos para el sistema Super Stereo: per-cus-sive jazz, publicado en 1961. Pero es a partir de 1963 que mi discoteca toma coherencia, y no hay año posterior del que no tenga al menos un par de muestras. Los géneros también se constriñen y, como adelantaba, son en su mayoría miembros o esbirros de ese gran paraguas llamado Rock.

Bien, pues he llegado hasta 1983, luego de tres o cuatro abortos que respondieron al hecho de que invariablemente hay un punto en que la memoria no me es suficiente y todo empieza a difuminarse. Ahora comprendo que es lo normal, considerando que hay más de 800 discos en mi catálogo, y me he resignado a que no soy capaz de retener tanta información. Por ello escribo ahora.

Sin embargo, no me pienso regresar para hacer un seguimiento puntual, porque música se sigue publicando y cada día encuentro más bandas que me gustan (casi todas viejitas, claro. Qué mas da si es signo de mi edad). No terminaría nunca y quiero que me alcance la vida para escuchar, gozar, tanto lo que poseo como lo que vaya sumando en el camino.

Así entonces, es probable que lo que escriba en torno al material que tengo menos fresco (además en retrospectiva) sea un montón de tonterías supinas, producto de la cada vez menor plasticidad de mi cerebro. Lo demás, seguramente será igual, nada más que a causa de un profundo desinterés por decir "cosas inteligentes".

Lo que quiero es escribir "cosas patológicas". En otras palabras, plasmar esta fascinación apasionada y enloquecida que siento por y con la música. Comunicar los alucines en los que me embarco (si a alguien le interesa leerlos será un honor) para poder recordarlos si es que el Alzheimer o la edad me atacan de verdad. Fuera de este contexto general, presiento que el resultado serán notas sueltas sin otro orden o sistema que la propia cronología del experimento y sin otra justificación que mis tripas.

Insisto, este es un ejercicio de pasión; de mucho, mucho cariño; de lágrimas, sonrisas y gritos; de noches bailando sola en la estancia de mi casa sin parar. Es un ejercicio de bocinas reventadas, de ahorros reventados cuando se acerca un concierto, de ojos reventados por no dormir para seguir dándole vueltas a una canción.

Es un ejercicio de "autoreventamiento", pues justo cuando creo que no puedo con una emoción más; que ya no caben en mi cuerpo; que el corazón se me ha partido de tanto y tanto vivir, aparece en mi memoria un nombre, T. Rex, y basta reproducir "Ballrooms of Mars" para comprobar que estoy equivocada; que se puede sentir más allá de los temblores, del llanto, de la carcajada, del hastío, del sin sentido, del dolor, del miedo. Que no es suficiente acostarse en el piso para acoger una sensación superior al terrere. Que cualquier metáfora mística, ya sea de orden orgiástico o netamente divino, es poca cosa cuando has encontrado el veneno apropiado.

Alto. Una broma. Se me ocurre la posibilidad de jugar con este caos en un esquema y, de pasada, parodiar a Harold Bloom con su cánon occidental. Mi cánon: lleno de héroes en trajes con lentejuelas y armados con sus guitarras relucientes; lleno de demonios con largas cabelleras torturando sintetizadores; lleno de ángeles que cantan en la oscuridad mientras se arrastran por el escenario. Ya se verá... Mientras lo considero, su centro. No T. Rex, a pesar de lo que pudieran denunciar mis palabras anteriores, sino Bowie.

David Bowie, siempre.

El único, David Bowie.

David Bowie, The Morningstar.

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